
Por Fredy León
El verdadero mérito de Vargas Llosa es haber llegado a ser un gran escritor, pero dudo que ése mérito lo convierta en el exponente máximo de la intelectualidad lúcida y crítica de nuestro país. El mérito de Vargas Llosa no está «en la veracidad de lo dicho, sino en el encanto del estilo y lo maravilloso del relato.»
Vargas Llosa es la inteligencia de la imaginación autocomplaciente del reino de la ficción que trasluce una conciencia falsa de la realidad. Vargas Llosa escribe muchas veces con un ingenio y una memoria que nos sorprende, pero tiene una lectura errónea de la realidad política, una visión muy vulgar de los problemas del país y muestra una actitud de soberbia y subestimación a su pueblo. Vargas Llosa ganó fama como escritor y dejó el aplauso en manos de los charlatanes.
Esa «ambivalencia emocional» se refleja en el abismo que existe entre la calidad de sus escritos literarios y la agonía de su pensamiento político. Uno suscita interés porque dice algo verdadero, no porque construye frases bellas.
Su famosa frase escrita en 1969 «¿En qué momento se había jodió el Perú?» fue un atrevido intento de saldar cuentas con esa vieja oligarquía que detentó el poder hasta 1968. En ese entonces, Vargas Llosa interrogaba a ese país que luchaba por escribir su propio destino pero desde el inicio le faltó coraje para buscar la respuesta, que de por sí era más importante que la mera pregunta. La historia no es ficción.
Vargas Llosa no tuvo la valía intelectual para ver más allá de la superficie de nuestra desgarradora historia y, al igual que Zavalita, su imaginación se contentó con un lacónico «no hay solución»
Hoy, en la senilidad de su vida y desde las comodidades que le otorga convivir en las alturas del poder, se ha dedicado a repetir que frente a los problemas de la vida «no hay solución.» Como los antiguos cristianos de las catacumbas Vargas Llosa pregona resignación y llama a los pobres a aceptar la vida tal como es y esperar la felicidad en el reino de los cielos.
Para Vargas Llosa después del capitalismo no hay historia y la libertad individual depende de los ceros que uno tenga en su cuenta de banco, a más ceros más libres; y los que recusan ese sistema son los que fracasaron en la vida y están dominados por esa supuesta «ideología del resentimiento.»
Y es que según el pensamiento político de Vargas Llosa los responsables de esa «profunda corrupción que, desde el centro del poder, irradiaba hacia todos los sectores e instituciones, envileciendo la vida entera», son -paradójicamente- los resentidos que nunca tuvieron el poder, los que siempre lucharon contra ese poder para ser reconocidos como ciudadanos con plenitud de derechos, los nadies, los desheredados de esta tierra que cada cierto tiempo se ven obligados a enterrar en silencio a sus muertos.
En 1982, cuando junto a Abraham Guzmán Figueroa y Mario Castro Arenas integró la comisión sobre la matanza de 8 periodistas en Uchuraccay, nuestro Premio Nobel afirmó -reivindicando el pensamiento progresista de Albert Camus- que en un régimen democrático «son los métodos los que justifican los fines.» Una forma elegante de llamar la atención al gobierno de Belaunde que empezaba a responder con el mismo nivel de violencia estatal a los terroristas de Sendero Luminoso. Esa historia sangrienta ya sabemos cómo terminó.
Hoy, con otra medalla de ese Perú oficial colgando sobre su pecho y delante de Dina Boluarte, una presidenta que ha perdido toda legitimidad política y es responsable de la matanza de más de 60 personas, Vargas Llosa no tiene reparos en justificar todo lo contrario a lo que Albert Camus defendía: en política los fines son los que justifican los medios.
Esa idea retrógrada es similar a la que en tiempos de la guerra sucia defendió -entre otros- el «gaucho» Luis Cisneros que decía «para tener éxito en la lucha antisubversiva no importa que matemos 60 personas si entre ellos logramos matar 3 subversivos».
Esa defensa cínica que hace Vargas Llosa de los fines que justifican los medios, es tan absurda y pueril que no vale la pena perder el tiempo refutándolo. Un gobierno que acumula cadáveres para sostenerse en el poder nunca puede ser calificado como demócrata.
Como nos advertía Hamlet, hay momentos en la vida donde «la conciencia nos convertirá a todos en cobardes.»