Castillo en su laberinto

Por Fredy León

Cuando Pedro Castillo asumió la Presidencia de la República dijimos que estábamos frente a un gobierno en proceso de construcción en medio de una fuerte polarización política y que iba enfrentar a una oposición maximalista liderada por una ultra derecha que tiene sangre en los ojos y se ha puesto en pie de guerra para defender sus privilegios de clase. En ese proceso la principal responsabilidad de Castillo consistía en dar forma a ese nuevo bloque nacional y popular que se manifestó en las urnas para asumir la conducción del nuevo gobierno y construir una nueva mayoría política y social que le permita cumplir sus promesas electorales y poder superar el periodo neoliberal.

Y es que un gobierno que pretende un cambio radical del modelo neoliberal y no tenga un sólido apoyo politico y social en la calle está destinado a fracasar. Las experiencias de la historia reciente en América Latina deberían ser lecciones a tomar en cuenta.

Para evitar el fracaso del nuevo gobierno, Castillo y Cerrón estaban obligados a entenderse. Esa era la condición mínima que debía dar sustento a la formación del nuevo bloque nacional y popular, no solo para garantizar la gobernabilidad del país sino para dar forma y sentido al cambio del modelo neoliberal e implementar las nuevas políticas de redistribución de la renta nacional, hacer del crecimiento económico la palanca del desarrollo sostenido y estable del país y avanzar con pasos firmes en la convocatoria a la asamblea constituyente.

En stricto sensu en las elecciones Castillo ganó una pequeña cuota de poder -el poder ejecutivo- es decir el gobierno; pero el poder real siguió en manos del bloque neoliberal. Las elecciones no lograron modificar la esencia de la estructura del poder neoliberal, lo que hubo fue un importante desplazamiento a la izquierda en las preferencias electorales pero que no estuvo acompañado de una modificación en la correlación de fuerzas sociales.

De ahí que las elecciones lo máximo que lograron fue colocar en la agenda política del país esa contradicción de cambio o continuismo que divide las aguas y genera espanto en las filas de los neoliberales y nostalgicos de la dictadura fujimontesinista.

No olvidemos que el neoliberalismo tiene su sustento político y social en esa alianza estratégica forjada durante la dictadura fujimontesinista por el ex Ministro de Economía, Carlos Boloña, entre el capital internacional y los más importantes grupos de poder económico nacional lo que les permitió controlar las principales actividades económicas del país, hacer negocios privados con fondos públicos, ampliar su control casi hegemónico sobre el poder mediático y reducir el poder estatal a un simple instrumento politico represivo al servicio de ese pacto económico refrendado por la constitución fujimontesinista.

Por eso que la crisis política que vive el país no es únicamente producto de las pataletas y berrinches de Keiko o debido a las limitaciones, ingenuidad e inexperiencia mostrada por el presidente Castillo, sino es una crisis política del régimen del 93 como consecuencia del creciente desencuentro que existe entre las espectativas de la gente común y corriente de poder acceder a un nivel de vida minimamente adecuado y la incapacidad del modelo económico neoliberal para satisfacer esas necesidades y atender las demandas urgentes de la gente.

El estado neoliberal que la derecha defiende es un estado ineficiente y corrupto. Frente a ello Castillo debio actuar con la mayor transparencia democrática, creando mecanismos de control social, desterrando el secretismo de estado en el manejo de la cosa pública y combatiendo de manera frontal todo acto de corrupción.

En el Perú de hoy las posibilidades de encontrar un consenso politico que permita superar esa crisis del régimen del 93 son mínimas, por no decir inexistentes. La derecha ha optado por colocar candados a la constitución fujimontesinista y de manera taimada se apresta a dinamitar el precario equilibrio de poderes que sustenta el actual Sistema politico y convertir al congreso en un poder supremo, es decir estamos camino a una suerte de parlamentarismo hibrido donde el ejecutivo estaría a merced de la voluntad parlamentaria. Si el congreso aprueba el estrambótico proyecto presentado por Luna Galvez, el Presidente de la República -ojo no Castillo- ya no podría ni nombrar a sus Ministros. El país avanza hacia el caos perfecto.

Pero no solo eso sino que esa misma derecha se opone a raja tabla a cualquier intento de redistribuir el ingreso nacional y gracias a la enorme presión mediática han logrado -¿por el momento?- bloquear todos los tímidos intentos de cambio propuestos por el gobierno y por los cuales votó la mayoría de electores.

Nadie imaginó que gobernar iba a ser fácil, pero me parece que no hay necesidad de hacerlo más complicado de lo necesario; si bien es cierto la derecha fracasó de manera rotunda en su torpe intento de vacar a Castillo, también es cierto que el gobierno de Castillo con sus incoherencias, errores, indefiniciones y pugnas internas está contribuyendo a su debilitamiento politico y aislamiento social. Si Castillo no logra recomponer su unidad con Perú Libre y forjar un bloque nacional y popular que tenga un pie en la calle y otra en las instituciones, las posibilidades de implementar las propuestas que el pueblo apoyó con su voto serán nulas y el peligro de la vancacia presidencial seguirá pendienco como una espada de Damocles sobre el deslucido sombrero de Castillo.

En esas circunstancias que nadie se llame a engaño, un fracaso del gobierno de Castillo abrirá las puertas para que la ultraderecha consolide su poder.

El president Castillo debería entender que su tiempo politico se está agotando y que en el 2022 debe pasar de las declaraciones formales a los hechos concretos y trabajar para convertir las promesas electorales en políticas de estado; caso contrario el “Plan de Gobierno Perú al Bicentenario – Sin corrupción” correrá el peligro de quedar en letra muerta y las espectativas que Castillo generó con su inesperado triunfo electoral terminará en una decepción con graves consecuencias para el futuro del país.

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