
Mediocridad
Por Fredy León
Eduardo Dargent a veces nos sorprende con sus sesudos análisis, pero lástima que no sea tanto por la audacia de su pensamiento sino por la fragilidad de su argumentación. Ahí donde la realidad exige un mínimo de objetividad, Dargent prefiere poner sus ideas de cabeza y acomodar de manera simplista sus respuestas dejando las verdaderas preguntas flotando en el vacío. Da la impresion que Dargent se mueve con mucha facilidad en ese universo borgiano «En verdad la realidad no existe, y en realidad la verdad tampoco.»
En su publicitado artículo, que apareció en la edición en español del New York Times, Dargent sostiene que con Castillo «El futuro, por ahora, se ve más mediocre que radical.» Pero valdría la pena preguntarse ¿Tuvimos alguna vez un futuro brillante? ¿Fue nuestro futuro menos mediocre cuando PPK llegó al gobierno o tal vez hubiéramos sido más afortunados, y menos mediocres, si Keiko se uncía la banda presidencial? ¿La mediocridad es solo privilegio de los nuevos sectores sociales eternamente marginados y que de casualidad llegaron con Castillo al gobierno? ¿Nuestra burguesía no es una de las clases más mediocres de todos los tiempos? ¿No tuvimos presidentes de rancio abolengo, apellidos compuestos y con títulos que adornaban sus cómodos salones, abogados, banqueros, economistas, militares, ingenieros y hombres de negocio, que fueron un poco más que mediocres? ¿Bellido, que logró arrancar el voto de confianza de un parlamento hostil, es más mediocre que Cateriano que no pudo obtener el voto favorable de un parlamento que compartía las mismas simpatías por el modelo neoliberal que Cateriano defendía con más pasión que razón?
Líneas más abajo Dargent afirma que «Hasta ahora no hay señas de que Castillo —al margen de su ideología— sea quien pueda ayudarnos a cambiar este rumbo vertiginoso.» No sé si el rumbo sea vertiginoso en un país que más da la impresión de haberse quedado anclado en el siglo XX y sigue sin poder cerrar el nefasto periodo impuesto por la dictadura fujimontesinista, pero como ya es común en nuestros intelectuales de derecha que «profesan el pensamiento único» y recurren al sambenito de descalificar como «ideología» todo pensamiento crítico al modelo neoliberal, cabría entonces preguntarse ¿Solo Castillo tiene ideología? ¿Y Keiko, Aliaga, De Soto, Vargas Llosa son eunucos ideológicos? ¿El neoliberalismo no tiene un sustento ideológico? ¿Los medios de comunicación solo trasmiten basura o también nos venden ideología? ¿Y las mismas opiniones de Dargent no tienen un enfoque ideológico o él cree que sus brillantes ideas están por encima del bien y del mal?
Finalmente, la cereza de la tarta. Dargent luego de cruzar medio desierto descubre la piedra filosofal de los problemas que tiene Castillo «El nuevo presidente debía mostrar distancia suficiente de Perú Libre y su líder» Si Dargent haría esa genial propuesta en Estados Unidos, España o Alemania sería visto como un charlatán ¿Se imaginan a Joe Biden gobernando sin el Partido Demócrata, a Pedro Sánchez sin el Partido Socialista Obrero Español o al nuevo canciller Alemán Olaf Scholz sin el Partido Socialdemócrata Alemán? Dargent parece que olvida algo elemental: la ley electoral peruana exige que para ser candidato por un Partido tienes que estar previamente inscrito en ese Partido. ¿Por qué ese afán de pretender construir una muralla china entre Castillo, Perú Libre y Cerrón? Por una sencilla razón: los poderes fácticos no necesitan de partidos políticos, la Confiep, El Comercio y el famoso «mercado», sin necesidad de pasar por las urnas, son los que en la práctica imponían a los presidentes el programa de gobierno y digitaban los nombres de los ministros. ¿Dónde se elaboraban las leyes? ¿De dónde provenían los ministros? ¿Quiénes controlan el BCR y el Ministerio de Economía y Finanzas?
Quizá lo que le incomoda a Dargent es que Castillo, más allá de sus grandes limitaciones y debilidades que como presidente viene mostrando, aún no se ha rendido frente a las demandas y exigencias de la Confiep, El Comercio y las fuerzas del mercado y se resiste numantinamente a abandonar sus promesas electorales. La derecha detesta a Castillo por su extracción social, pero creo que lo detesta más por su mensaje politico. Si Castillo claudica políticamente, seguro que la derecha aplaudiría a rabiar y diría que «el pragmatismo y realismo se impuso»; pero si Castillo, erre con erre, persiste en aplicar el programa por el cual le eligieron, la derecha repetirá lo que hoy Dargent escribe: estamos frente a un gobierno ganado por la «mediocridad, enclaustrado en una anacrónica visión ideológica y atrapado por un Partido radical.»
Como solía decir Alan, «en política no hay que ser ingenuos.»