Por Fredy León
No es una simple crisis de gobierno lo que sacude a los Estados Unidos, es una crisis de la «garganta profunda» que sostiene el sistema político yanqui.
Lo que comenzó como un acto espontáneo de indignación y rechazo del brutal crimen de George Floyd, a manos de un policia, se ha ido convirtiendo en una masiva y violenta protesta de descontento contra el sistema político imperante en los Estados Unidos y que, bajo el grito «I Can’t Breathe» ha unido a millones de americanos negros, blancos, latinos, jóvenes, mujeres, trabajadores, intelectuales y ancianos.
Los marginados y silenciados por el sistema han despertado y llevado sus voces y gritos las calles de los Estados Unidos. Y lo que es peor, se han dado cuenta que son esa inmensa mayoría silenciosa acostumbrada a contemplar pasivamente por televisión cómo las elites económicas disfrutaban tranquilamente de un sistema construido para beneficio de un ínfima minoría.
Hay protesta, rabia e indignación en las calles pero falta un lider, programa y objetivos políticos claros. El sistema se hunde en un pantano y sin una propuesta clara de cómo enfrentar la crisis desatada por otro acto de violencia racial, lo más probable es que luego de unos días de agitación la gente se canse y las protestas terminen convertidas en simples actos de vandalismo y saqueos.
La simple protesta no genera grandes cambios, se necesitan ideas y una nueva voluntad política para imponer una salida democrática a la crisis política y cambiar todo lo que se deba cambiar.
¿Renuncia de Trump? ¿Adelanto de elecciones? No resulta claro cuál podría ser el camino que podría llevar a introducir grandes cambios democráticos en USA. La convocatoria a una Asamblea Constituyente es una idea demasiada exótica para los Estados Unidos y esperar las elecciones del 3 de noviembre para desalojar a Trump y encumbrar a Joe Biden en la Casa Blanca es moverse en la política gatopardista «cambiar todo para no cambiar nada.»
El comportamiento matonesco de Trump, que al inicio de las protestas amenazó con solucionarlo a tiros, lo único que logró fue exacerbar los ánimos de una sociedad que ya estaba al borde del caos causado por los grandes estragos que el Covid19 viene ocasionando. La gente de los Estados Unidos Unidos vió que la Casa Blanca no era parte de la solución sino que era el problema mismo, pues su presidente en vez de trabajar para restañar las heridas y convocar a la unión, lo que hizo fue dedicarse a publicar sus ucases por Twitter criminalizando la protesta y amenazando con enviar al ejército para quebrar la rebeldía popular.
Trump lo único que ha obtenido con su lenguaje de odio ha sido terminar aislado de la gente y obligado a recluirse en los sótanos de la Casa Blanca. Sus pocos y poderosos aliados, que aún le quedan, no se atrevieron a secundar abiertamente sus posturas belicosas. El tema racial es, aún para los líderes del partido republicano, un clavo demasiado candente que muy pocos bonzos políticos desearían asirse de el.
Tal vez el éxito político más importante de las grandes movilizacion que estos días remecen al estableshiment yanqui, ha sido sepultar, para siempre, las aspiraciones reeleccionistas de Donald Trump.
Trump de ser un «lame duck», ha pasado a ser un «dead duck.»
Una pequeña victoria en un mundo que no puede respirar.