Las doble muerte de Mariátegui

Por Fredy León

José Carlos Mariátegui fue una de esas grandes figuras históricas que en su corto peregrinaje por la vida dejó profundas huellas que dificilmente el implacable paso del tiempo podrá borrarlos del todo.

 

Tan grande y fecunda fue la obra del Amauta y tan inmensa su figura intelectual que para abandonar el mundo terrenal, tuvo que morir dos veces: una muerte física y otra muerte política.

 

La primera, destino ineludible de todos los seres humanos, ocurrió prematuramente el 16 de abril de 1930 como consecuencia de una penosa enfermedad.

 

El Amauta falleció sin ver realizado sus grandes ideales al cual dedicó lo mejor de su existencia: «concurrir a la creación del socialismo peruano», pero nos legó una rica herencia cultural asi como los principales instrumentos para culminar la tarea iniciada por el Amauta.

 

La segunda, la muerte política de José Carlos Mariátegui, se produjo en ese corto periodo de 1963-64 cuando sus díscolos discipulos decidieron sepultar la creación heroica del Amauta.

 

La división del Partido Comunista en dos vertientes, una alineada con Moscu y otra con China, significó en la práctica el ocaso final de la herencia política del Amauta.

 

La tragedia de esa división fue que fracturó y desarticulo al sujeto social revolucionario definido con claridad por Mariátegui, y además, sembró en la conciencia de la militancia partidaria el gérmen de la división que hoy nos identifica.

 

Luego de la división del Partido la revolución socialista quedó como una tarea demasiado grande para los escombros de esas dos organizaciones que perdieron su nexo con el incesante ritmo de la historia, y en su lugar, se dedicaron con mas vehemencia que inteligencia, a disputarse las devaluadas siglas partidarias. El Partido se transformó en un objetivo en si mismo.

 

En esa pugna infertil y sin sentido, el socialismo se convirtió en una lejana e irrealizable utopía incomprensible para las pequeñas mentes dogmáticas que destruyeron la esencia viva, creadora y profundamente revolucionaria del pensamiento mariateguista.

 

Como consecuencia de la división la acción política de los comunistas se redujo al pequeño espacio de la disputa hegemónica y control burocrático del movimiento social que se fragmentó debido a las luchas partidarias.

 

Mariátegui nunca concibió la revolución como una obra exclusiva del partido o para beneficio del Partido, sino como una obra de las masas populares; por ese motivo, toda su labor intelectual y actividad política lo dedicó a difundir los ideales socialistas entre las masas populares, crear conciencia de clase y construir los instrumentos orgánicos para lograr esa misión.

 

Para Mariátegui, el Partido tenía únicamente razón de ser si se transformaba en la parte activa, en el elemento consciente y sujeto político organizador de la clase social llamada a construir el socialismo; pero sobre todo, Mariátegui concebía al Partido como el principal factor unitario.

 

Nunca va estar de mas recordar los contundentes alegatos escritos por Mariátegui convocándonos a la unidad.

 

Mariátegui fue por excelencia el gran teórico del frente único, el brillante estratega político que comprendió a cabalidad la importancia de la unidad de clase. La división de 1963-64 alteró radicalmente ese curso y muchos comunistas terminaron convertidos en eternos diletantes y justificadores de la división.

 

Mariátegui tenía «una declarada y enérgica ambición»; con su obra teórica abrió una nueva época en el desarrollo del pensamiento revolucionario y señaló un camino a transitar. La división cerró en falso ese fecundo periodo lleno de grandes retos históricos, desandó a marcha forzada el camino transitado por Mariátegui y convirtió al Partido fundado por el Amauta en una grotesca criatura incapaz de llevar a cabo una gran obra histórica

 

Hoy esa visión mariateguista de partido de nuevo tipo agoniza extraviado en los recodos de la historia. De la creación heroica de Mariátegui no queda nada, solo la nostalgia.

 

Por eso no resulta extraño que hasta la conmemoración del 7 de octubre se haya convertido en una fecha simbólica, sin sentido de futuro, sin espacio para la crítica, sin capacidad para plantearse el camino de la reunificación de los comunistas. Un acto de un puñado de militantes dedicado unicamente a mirar el pasado, a vivir de la nostalgia, un acto que nos recuerda que los sentimientos sectarios son mas fuertes en esas dos pequeñas organizaciones que irresponsablemente prolongan su división en dos grupos asimétricos: los que quieren olvidar y los que no pueden recordar que el Partido Comunista surgió para construir el socialismo.

 

Pero lamentablemente el único mensaje que envían esos dos partidos comunistas, que celebran por separado una fecha que debería pertenecer a todos los revolucionarios, es recordarnos una vez al año que estan aquí, sí; pero no saben a donde ir.

 

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"Nada de lo que es humano me es ajeno." Federico Engels
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