Por Fredy León
La unidad es una bella y hermosa consigna que las izquierdas -en todos sus matices y desde sus diversos orígenes- hemos gritado hasta quedar afónicos, y no solo eso, sino hasta nos hemos peleado, dividido y subdividido por querer mostrarnos como los mas puros y consecuentes adoradores de esa bella consigna.
No creo que exista un solo izquierdista, un solo sindicalista, un solo joven universitario que no haya agitado con pasión y gritado a viva voz esa irresistible consigna ¡El pueblo unido, jamás será vencido! evocando victorias reales o ficticias. Así como tampoco creo que exista un izquierdista que no se haya emocionado al leer los textos de Mariategui, al compenetrarse con su pensamiento revolucionario, descubrir su genuina vocación unitaria y soñar junto al Amauta imaginando qué hermoso y diferente sería nuestra patria si fuera cierto eso de que ¡En la jornada de hoy, nada nos divide: todo nos une!
Tanto hemos escrito y gritado sobre la unidad, que al final hemos perdido la noción exacta de lo que significa esa gran palabra. Como diría el inmortal Julio Cortazar «Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad…»
Y en las izquierdas la palabra unidad se ha gastado, se ha agotado, se ha devaluado de tanto haber sido manoseado por todos y utilizado para todo. La unidad se ha convertido en un concepto vacío, sin alma, hasta el extremo que nadie sabe a ciencia cierta que cosa significa.
¿Qué sentido tiene seguir hablando de unidad cuando somos sectarios por vocación? Creo que hay que empezar a sincerarnos y por lo menos atrevernos a decir las cosas por su nombre.
No va haber unidad de las izquierdas porque somos sectarios, porque no tenemos voluntad unitaria, porque no nos importa el sufrimiento de la gente común y corriente y porque hemos absolutizado tanto el término «partido», que sin darnos cuenta, hemos acabado confundiendo los conceptos y terminando creyendo a pie juntillas que el «partido», o sea la parte de un todo, es superior a la unidad. Y peor aún, cuando ni nos hemos damos cuenta que ese «partido» no es mas que un retazo de una pieza que ha estallado en miles de pedazos y que no representa mas que una milésima parte de la sociedad.
Esto no significa que estemos negando la importancia de la unidad. Todo lo contrario. Yo soy un convencido que la unidad es la condición indispensable para triunfar, es el elemento multiplicador de voluntades e inteligencias que potencian a un pueblo y lo convierte en una fuerza invencible; es mas, estoy plenamente convencido que tarde o temprano forjaremos la mas amplia unidad del pueblo peruano.
Lo he dicho y repetido hasta el cansancio: la unidad nos puede llevar a la victoria; la división nos conduce inevitablemente a la derrota.
Pero creo que hay que tener el valor de reconocer y aceptar que en las circunstancias actuales en las izquierdas no existen las condiciones mínimas para forjar la unidad, no hay voluntad unitaria, no hay conciencia clara en las cúpulas de la importancia de la unidad y tampoco existe un sentimiento unitario en las bases que rompan con la inercia que domina en las alturas. Y reconocer esto no es ni pesimismo paralizante ni realismo destructivo. Es simplemente ser objetivo, tratar de ser honesto con uno mismo, y a partir de ello, intentar desarrollar una táctica conforme a la situación real en que nos encontramos.
¿Significa que todo está perdido? No necesariamente. Creo que hay un elemento importantísimo que tenemos que aprender a valorar en su real dimensión y potenciarlo de manera colectiva: el liderazgo político.
Nos guste o no somos un pueblo donde la figura del líder, caudillo o cacique tiene una importancia muy fuerte.
La política peruana siempre ha estado jaloneado por la presencia dominante que las personalidades han ejercido en la gestación de los grandes movimientos.
Desde Haya de la Torre hasta Fujimori, las personalidades son las que han dado forma a la acción de las masas. Hasta en el caso extremo de PPK, un líder flematico y sin carisma, la persona fue el principal artífice del triunfo electoral de esa enclenque organización que lleva su nombre y que está irremediablemente condenado a desaparecer luego del 2021.
Aquí radica el capital político más importante que tenemos y que puede ser el factor principal para conquistar la victoria en el 2021. Contamos con un liderazgo orgánico que ha conseguido trascender la coyuntura electoral, que ha logrado insertarse en la conciencia del pueblo, ha demostrado tener un alto sentido de responsabilidad con la historia y defiende sin ambages una propuesta político de confrontación abierta y directa con los grupos de poder político y económico que controlan el país.
Verónika Mendoza ha demostrado tener el temple necesario, la mística revolucionaria y la convicción firme en sus ideas para conducir al pueblo en la gran batalla por recuperar la patria.
Sin prisa pero sin pausa tenemos que trabajar para fortalecer ese liderazgo y sumar todas las voluntades individuales e inteligencias colectivas de los que luchan por una patria de justicia y bienestar para todos.
Ese es el mejor aporte que podemos hacer, aquí y ahora, para construir la victoria popular y conquistar un gobierno popular el 2021.