Por Fredy León
En medio de un clima político totalmente enrarecido, donde a medida que se van conociendo los alcances reales de esa red de corrupción montada por la empresa brasileña Odebrecht y las inmundicias de nuestra clase política van saliendo a flote, la propuesta de volver al sistema bicameral viene cobrando inusitada fuerza.
Repentinamente la nostalgia por el pasado resuena en la cabeza de los nuevos defensores del regreso del Senado. En sus propuestas no hay argumentos nuevos. La idea de volver al viejo sistema bicameral se parece a la historia de ese médico que al ver que su remedio no surtía ningún efecto positivo en el paciente, solo atinaba a recetar que aumenten la dosis.
El sistema político necesita reformarse. Necesitamos pensar el país desde nuevas perspectivas y atrevernos a imaginar un sistema democrático con instituciones sólidas y al servicio de los ciudadanos. De nada vale crear instituciones raquíticas y artificiales que no se asientan en la voluntad popular. El sistema bicameral no evitó las crisis políticas de 1962/63; 1967/68 ni tampoco contribuyó a fortalecer la democracia durante el decenio de 1980/90. Por eso que nadie derramo una lágrima cuando Fujimori clausuró el Congreso.
El proceso de discusión y aprobación de las leyes de antes no era mejor que lo que vemos ahora. Ni el funcionamiento de las dos cámaras era cualitativamente superior al actual Congreso. Salvo que la memoria sea demasiado corta y la amnesia selectiva.
La crisis de nuestra democracia representativa, la falta de credibilidad en los partidos políticos y la atávica desconfianza en el Congreso no se va resolver con medidas burocráticas.
No es un problema de “error en la elaboración de la ley” (Fernando Tuesta); de “controlar la proliferación legal nociva” (Kenji Fujimori) o de mejorar “la producción de normas” (Juan De la Puente) Es un problema político de credibilidad, confianza y respeto al compromiso político asumido en el proceso electoral. Es un problema de cómo crear ciudadanos con conciencia política y que confíen en el sistema democrático. Es un problema de cómo evitar que el poder económico controle, maneje y corrompa a su libre albedrío al poder político.
De ahí que tiene sentido la duda que expresa De La Puente cuando manifiesta “que su sola presencia (del Senado) no garantiza nada si el nuevo órgano de representantes no se eleva por encima de la crisis.”
¿Cómo hacer? No lo dice. En las circunstancias actuales no hay fórmula mágica para que el Senado -per se- cumpla el rol que sus defensores imaginan.
No olvidemos que así como el nivel cultural de un pueblo se mide por la calidad de los periódicos y revistas que se publican, la fortaleza de nuestra democracia se mide por la calidad de los partidos políticos existentes.
En condiciones de extrema fragilidad del sistema de partidos y de una prolongada crisis de representatividad política que convierte a gobernantes que llegan en olor a multitud a Palacio de Gobierno en algo menos que apestados luego de cumplido sus 5 años de gestión ¿qué garantiza que el Senado no se va convertir en un remedo del actual Congreso?
Tengo la impresión que los que defienden regresar al sistema bicameral lo hacen para evitar que nuestro sistema político, que tiene el agua hasta el cuello, no se ahogue. Pero de lo que se trata no es de evitar que se ahogue; sino de reformar, fortalecer y mejorar el sistema democrático del país para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. La democracia no es un objetivo en sí mismo, es un medio para lograr construir una sociedad que garantice a sus ciudadanos el libre ejercicio de sus derechos y poder satisfacer sus necesidades materiales y espirituales.
En vez de tener la mirada puesta siempre arriba, debemos volver la vista hacia abajo. Construir democracia desde abajo, con y para los ciudadanos.
Los gobiernos locales son las instituciones representativas que mayor legitimidad política tienen y están vinculados directamente con la problemática diaria de los ciudadanos.
Esto significa fortalecer la democracia local revitalizando el papel fundamental que los municipios locales deben cumplir y avanzar en la creación de verdaderos gobiernos regionales que terminen con la inercia del obsoleto departamentalismo en que han quedado convertidos.
Si se lograra articular estas tres instancias –gobierno local, gobierno regional y congreso nacional- no existiría espacio ni justificación para proponer la creación del Senado. Pero esto implica tener algo más que simple voluntad política. Significa acabar con el facilismo de una clase política que actúa como si la historia fuese un mero péndulo y que cree que los problemas de hoy pueden ser solucionados con las recetas del ayer