Por Fredy León

Quienes alegan que el fujimorismo ha cambiado, que Fuerza Popular no es lo mismo que Cambio 90 y que Keiko Fujimori ha modificado radicalmente el ADN autoritario y corrupto que caracteriza al fujimontesinismo, lastimosamente no suelen aportar elementos de análisis sólidos que confirmen esas afirmaciones.

Los más ingeniosos, a lo mucho se animan a presentar el discurso que Keiko pronunció en la Universidad de Harvard, como la mejor prueba de sus aseveraciones. Pero luego, se olvidan que en pleno fragor de la campaña electoral, la misma Keiko se desdijo públicamente de las ideas que ella expuso en Harvard.

Keiko nunca ha roto el cordón umbilical que le une con el pensamiento y la práctica política de su progenitor y nunca se ha atrevido a desarrollar una revisión crítica de su pasado. Entre el padre y la hija existe, políticamente hablando, una línea de continuidad que se manifiesta en la reivindicación que Keiko hace del gobierno fujimorista y en la defensa de la supuesta inocencia de Alberto Fujimori.

La propuesta política de Keiko 2016 recoge el legado principal de su padre: la defensa de la Constitución del 93 y la continuidad del modelo neoliberal impuesto en el gobierno de Alberto Fujimori.

Esos son los dos elementos políticos centrales que los identifican y que afirman una línea de continuidad en el movimiento político fundado por Alberto Fujimori en 1990. Lo demás es para el anecdotario.

La visión de país que Keiko defendió en la campaña electoral fue una simple prolongación de las políticas que Fujimori aplicó en los 90. En el discurso de Keiko no hubo nada nuevo, no existió ninguna evidencia clara de ruptura con esas políticas, y no solo eso, sino que su organización, Fuerza Popular, siguió siendo un instrumento político al servicio del clan Fujimori, tal como Cambio 90 lo fue en sus inicios.

La designación de Luz Salgado como Presidenta del Congreso va en esa orientación. Salgado representa mejor que nadie la reivindicación política del fujimorismo primigenio, de la corruptela y la utilización del poder político para beneficios personales.

Con Salgado la sombra de Montesinos vuelve al Congreso.

Salgado es un cuadro de la vieja guardia fujimorista que en su momento, cuando tenían el poder absoluto y hacían y deshacían a su libre albedrío, cumplió a cabalidad el rol de vulgar ayayera de Montesinos, tal como el ex procurador anticorrupción, Ronald Gamarra nos recuerda en su artículo publicado en el Semanario “Hildebrandt en sus trece”.

Pero no solamente es el famoso video 866 (ver al final del artículo) sino es su conducta rastrera que mostró al apoyar efusivamente el mendaz informe elaborado por Martha Chávez con el que pretendieron negar la horrenda matanza de los estudiantes de La Cantuta. La lealtad de Salgado hacia Fujimori es más fuerte que el supuesto apego a la verdad.

Su designación como presidenta del Congreso persigue dos objetivos caros para el fujimontesinismo: lograr a como de lugar la ansiada libertad del jefe del clan Fujimori y preparar el camino para que Keiko asuma la presidencia en el 2021.

En política es importante conocer de donde vienes para saber a donde te diriges. Salgado viene de las entrañas del fujimontesinismo, es un cuadro formado en los tiempos de la corrupción y el ejercicio autoritario del poder. En resumidas cuentas, Salgado es el retorno a los 90, es el viejo rostro político de un periodo oscuro que se niega a desaparecer y que tiene cuentas pendientes con la justicia y con la historia.