El voto no habido

plantas

Por Fredy León

 

Durante 5 largos años que duró su millonaria campaña electoral, Keiko Fujimori se preocupó por vender la imagen que ella tenía el liderazgo indiscutible al interior del fujimontesinismo y demostrar que poseía el temple para asumir la presidencia de la república. Keiko repetía cansinamente que a ella no le iba a temblar la mano para tomar las decisiones oportunas.

 

Keiko se jacta de haber convertido a su precaria organización en un partido político que busca trascender el apellido Fujimori. En su controvertida exposición en Harvard, presentó un rostro diferente y amable. Para sorpresa de muchos, Keiko cambió radicalmente su tradicional discurso dando la sensación que abandonaba algunas ideas fuerzas que caracterizaban la visión conservadora, reaccionaria y cucufata que forman el ADN del fujimontesinismo.

 

A esa operación de Harvard, se sumó la decisión de no tocar en campaña el tema de la libertad de Alberto Fujimori y dejar a medio camino a los tiranosaurios fujimontesinistas de la vieja guardia, caso Martha Chávez o Cuculiza.

 

Pero poco tiempo le duró ese travestismo político. A medida que avanzaba la campaña electoral, el mensaje de Keiko se convertía en un eco del pasado y sus nuevos voceros mostraban, cada vez que podían, sus colmillos afilados. No tenían la agudeza ni los reflejos de los viejos cuadros fujimontesinistas, pero de lejos se notaba que estaban hechos de la misma madera rancia que los veteranos tiranosaurios.

 

La segunda vuelta demostró que la soledad política del fujimontesinismo es brutal; electoralmente han logrado un importante apoyo pero socialmente son una fuerza marginal. Keiko no tiene credibilidad ni capacidad de convocatoria, tan así que su mejor interlocutor político es el Cardenal Cipriani, y a marcha forzada a duras penas logró arrancar un vergonzante gesto de apoyo del inepto alcalde de Lima.

 

Esa desesperación por ganar votos la llevó a mirar a los sectores lumpenes de la sociedad y reunirse con elementos desclazados y sectas religiosas a los que prometió una serie de gollerías que iban contra el sentido común, es decir un discurso afincado en el puro populismo reaccionario de derecha; pero su prueba de fuego surgió cuando se le presentó la brillante oportunidad de demostrar que a ella “no le iba a temblar la mano” para combatir la corrupción y tomar la decisión de apartar del pequeño círculo de poder a Joaquín Ramírez, un oscuro personaje que de la mano de Keiko acumuló en silencio una alta cuota de poder al interior del fujimontesinismo y que volvió a aparecer en medio de un escándalo mayúsculo a raíz de una denuncia sobre lavados de activos y la información que la DEA le andaba siguiendo los pasos.

 

Era una oportunidad brillante para deshacerse de esa imagen que arrastra el fujimontesinismo de ser el paraguas político donde se cobijan cómodamente personajes vinculados al narcotráfico.

 

Pero increíblemente en ese momento crítico para sus posibilidades electorales, Keiko no hizo nada, demostró no tener reflejos políticos y menospreció la capacidad de indignación de la gente. En cuestión de días, todo el barniz del nuevo fujimorismo que Keiko se había esforzado por vender a sus electores durante 5 largos años de campaña, se vino abajo como un endeble castillo de naipes.

 

Con la denuncia a Joaquín Ramírez y la manera como reaccionó Keiko, lo peor del fujimontesinismo volvía a relucir justo en momentos donde sentían tocar la gloria del poder con la punta de los dedos.

 

Con la acalorada defensa que hizo de su cuestionado Secretario General, Keiko sacrificó su acariciado sueño de llegar a la presidencia; y no solo eso, sino que enviaron al cadalso a su compañero de fórmula presidencial, José Chlimper, el desaparecido candidato a primer vicepresidente, quien perdió lo poco de honorabilidad que le quedaba al querer salvar a Joaquín Ramírez, actuando -¿a iniciativa propia o cumpliendo una directiva de Keiko?- como un vulgar encomendero de audios trucados.

 

¿Por qué Keiko, a pocos días de las elecciones, prefirió defender a su Secretario General y poner en riesgo su ansiado objetivo de ungirse la banda presidencial? La respuesta está en el supuesto audio grabado donde dice que Ramírez reconoce que habría lavado dinero que “la china” le entregó. Si esto resulta cierto, entonces es entendible la actitud de Keiko: defendiendo a Ramírez se está defendiendo ella misma.

 

A ojos de la gente quedaba demostrada una vez más que el fujimontesinismo seguía siendo esa brutal y corrupta maquinaria donde se trituran conciencias y se lapidan honras.

 

El problema del fujimontesinismo no radica entonces en el entorno corrupto que rodea a Keiko. El verdadero problema está en el mismo núcleo que dirige ese clan familiar y en los oscuros intereses privados que defienden.

 

Keiko es producto político de un ambiente familiar contaminado por esa cultura de la corrupción practicado de manera inescrupulosa por Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos y del cual nunca ha deslindando de manera clara y contundente.

 

La habilidad política de Keiko radicó en su dedicación a tiempo completo a su campaña electoral, proceso en el que en estos 5 años supo aglutinar a un conjunto de gentes habidas de poder, tipo Hernando de Soto; pero era un grupo de gentes cuyas lealtades no son políticas ni ideológicas, son lealtades al poder, a la seductora posibilidad que Keiko les brindaba para utilizar ese poder en beneficio propio.

 

Esas lealtades son las que han entrado en crisis mucho antes de poder asimilar la dura derrota electoral. Si el poder los convocaba como el hedor de la basura atrae a las moscas, la derrota los va obligar a buscar nuevos rumbos.

 

Hernando de Soto es el típico ejemplo. Un intelectual en subasta que se arrimó casi al final de la campaña cuando veía que las encuestas favorecían a Keiko y que fue el primero en hacer maletas y abandonar el barco fujimontesinista antes de que naufrague por completo. Algo similar vamos a ver en el Congreso, pues como recoge el diario español El País, los parlamentarios fujimoristas “no son un conjunto homogéneo: son `oportunistas´ en el sentido más neutral, buscadores de puestos sin un compromiso real.”

 

Pero a quién si le tembló la mano para votar por Keiko fue a Kenji. La abstención de Kenji forma parte del surrealismo político en que vive el fujimontesinismo.

 

Su actitud de no secundar la candidatura presidencial de Keiko ha sido un estrambótico acto de majadería y un desconocimiento del liderazgo de Keiko que estaba inmersa en esa batalla hasta el último voto.

 

Kenji es el segundo en la línea hereditaria dentro del fujimorismo, el congresista mas votado por Lima y probablemente será el próximo presidente del Congreso. Sus ambiciones presidenciales es un anuncio anticipado de la dura pugna interna que se avecina al interior del fujimorismo, una organización donde las pugnas no son precisamente discusiones de índole ideológicas o políticas.

 

Muy pronto veremos si está prematura disputa por el liderazgo es una simple bravuconada de Kenji o un ajuste de cuentas con la estrategia fallida de Keiko. No olvidemos que la derrota electoral de Keiko es en definitiva cuentas una derrota de Alberto Fujimori en su intento de querer eludir a la justicia.

 

Pero sobre todo es una derrota de Alberto Fujimori frente al juicio lapidario de la historia.

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"Nada de lo que es humano me es ajeno." Federico Engels
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